El Palacio del Buen Retiro

En tiempos de Felipe II existía en el monasterio de San Jerónimo (situado en la zona del Prado de Madrid) un edificio que se llamaba Cuarto Real, por servir de alojamiento a los monarcas.

Felipe IV lo habitó en numerosas ocasiones, siendo también asiduo a la finca colindante, denominada Gallinero pues en ella se hallaban instaladas unas pajareras con gran número de aves exóticas. La finca era propiedad de su valido el Conde-Duque de Olivares, que intentando agradar a su soberano impulso la creación de un gran palacio a partir del Cuarto Real y con la expropiación de los terrenos colindantes.

La construcción del palacio se inicio en 1629 y en su conjunto contó con más de 20 edificios, con jardines, estanques y fuentes que le dotaban de una enorme suntuosidad.

Su arquitecto Alonso Carbonell utilizó en su construcción materiales baratos: ladrillo para los muros, madera para los forjados y pizarra en los chapiteles que remataban las torres. Ante su frontispicio, doña Mariana de Austria ya viuda de Felipe IV, ordenó la colocación de la estatua ecuestre de su esposo que actualmente contemplamos en la plaza de Oriente de Madrid.

En 1808 las tropas francesas utilizaron el palacio como cuartel, lo que ocasiono su rápido deterioro, dada la escasa calidad de los materiales de construcción.

Isabel II intentó rehabilitarlo, pero el mal estado del mismo le obligó a la destrucción de gran parte del mismo. Hoy en día solo conservamos dos pabellones: el Salón de Reinos (actual Museo del Ejército)

y el salón de baile (hoy Casón del Buen Retiro, anexo al Museo del Prado), cuya bóveda se hallaba decorada con pinturas de Lucas Jordán y su fachada actual, de corte clásico y fechada a principios del siglo XIX es obra de Ricardo Velázquez Bosco.

Los jardines del palacio del Buen Retiro fueron abiertos al público durante el reinado de Carlos III.


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